Pertenezco a la tierra, descansaré
los brazos indolentes, y las piernas
abrigando ríos, cauces marchitos,
desesperanza, soledad y hastío.
Mi cabello, como un manto, trenzando
las raíces de la corteza umbría,
extenderá caminos que le llaman
y alfombrará cada paso de sus pies.
Las palabras, secas de conveniencia,
libres al fin para volar desnudas,
serán los pájaros -dirán, malditos-,
anunciando el fin del tiempo, el fin de ser.
Y ella vendrá.
Reconoceré esa lenta mirada
vacía, intemporal y sin prisa,
y su caminar despejando dudas,
hermosa como una esperada novia,
blanca calavera, llegando tarde
a su propia ceremonia, a su boda,
con los minutos que caen del reloj
y resbalan, sangre y savia, por mi voz.
Extenderá su mano, sin sorpresas,
mientras el mundo me despide, quieto,
y sigue concentrado en sus absurdas
disquisiciones sobre poesía.
Sahida Hamido
Sahida Hamido